lunes, abril 17, 2006

LA ÚLTIMA BATALLA DEL SARGENTO ESPINOZA


"Buenos días joven, ¿Acaso no hay un sol hermoso en el cielo, que nos quiere decir como la vida es un eterno paraíso de leche y miel?". Ese era Rubén Espinoza, mi vecino, es conocido por estar siempre enajenado, desde que su mujer lo dejó nueve años atrás por el cartero. Una relación que duró en secreto alrededor de tres años, antes de que ella decidiera montar en la bicicleta de su amado, para irse a vivir a un mundo de estampillas y códigos postales.
Lo irónico es que éste sigue dejando las cartas a su puerta, y don Rubén, por su parte, le da una propina de $500. La verdad, es que mi vecino nunca supo con quien tuvo el affair su mujer, sólo los otros quince residentes del condominio conocen la historia con más detalles.
¿Qué es lo que le pasó? ¿Por qué ahora es amable? Siempre me reta por escuchar música hasta la madrugada, incluso ha llamado a los "pacos" un par de veces; o por usar el pelo largo, atacándome con sermones como: "lo que te falta cabrito, son unos meses en el servicio militar, pa’ que dejí de dártelas de hippie y comunista".
Estuve con la incertidumbre hasta ver el calendario cervecero de la puerta de mi pieza. Llegó fin de mes señores, los únicos días en que mis vecinos están de buen humor, puesto que sus bolsillos se llenan de monedas y billetes, conozco casos en donde te saludan con un abrazo en medio de la calle. Algo insólito que ocurre en año nuevo y estas fechas.
Don Rubén se dirigía a la sucursal más cercana, para cobrar el lindo papel atesorado, como hueso santo en el bolsillo de su camisa. Comencé a imaginarlo en la fila del banco, durante largas horas de espera, con los traumas de cuando era un pelado en servicio.
Llega al banco a eso de las mil horas, o diez de la mañana para la gente común, marchando por el sendero donde nace el sol. Saluda al guardia dando su rango y nombre, y pide permiso para ingresar. El guardia con una mueca de risa en su rostro le dice imitando a Daniel López, "permitido". Como no tiene cuenta debe ponerse en la fila de público general, y no le es del todo desagradable, siempre quiso saber como se sentía un rango superior.
Con el transcurso de las horas y la fila avanzando de manera lenta y aletargada, los años le cobraron la cuenta al Sargento Espinoza. Estaba débil y asfixiado en la calurosa serpiente de personas. Veía uno que otro complot, y no creía tener la suficiente fuerza para defenderse como en sus años mozos. Todos desean su preciado cheque ¿Quién sería el ladrón? La señora a sus espaldas, los niños que se cruzan entre las filas, o quizás el joven delante suyo, que movía las manos imitando alguna batería de moda. Mi sargento también movía las manos, pero sólo por nervios. Sus ojos buscaban asilo en todo rincón, sudando en forma descontrolada. No podía tocar cualquier cosa sin mojarla.
En el lugar más seguro del mundo practicando inseguridad, ni siquiera el matinal, las copuchas, o los comerciales en el televisor, que causaban tanta gracia a los presentes, lo calmaban. Quería enfocarse solamente en quien iba ser el marxista que lo atacaría cobardemente. Miraba su reloj con desesperación, nadie lo esperaba en casa pero tenía deseos de huir de ese apestoso lugar. Comenzó a sentir una molestia en el lado izquierdo y un dolor intenso en el pecho.
Por fin su turno, ¡respire Mi sargento, pronto saldrá de aquel antro!, se retirará con la frente en alto por el camino donde nace el sol. Saboreará la dulce victoria y no importará si el mundo lo condena como asesino o héroe, porque usted, Mi sargento Espinoza, triunfará esta batalla.
Un sonido sordo se escuchó en los pasillos del banco, seguido de un alboroto colectivo. Las señoras lloraban, el joven corría en busca de ayuda, y los niños se preguntaban curiosos, de quien era el cuerpo que yacía en el suelo. Era el Sargento Rubén Espinoza, que ya no tendrá cheques por cobrar... nunca más.
Muchos como él, se dejaron consumir por los crudos episodios de un régimen teñido de sangre. Hoy están indefensos, en peligro de extinción, y conscientes de todo lo acatado aquellos años donde la ley se escribía con balas. Mal interpretaron lo que eran la justicia y la libertad, alimentaron sus vidas con vergüenza, y se vistieron color culpa, hasta que la muerte los reclame.

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