lunes, noviembre 08, 2010

ALFABETIZACIÓN S.A.

Todo estaba bien en la empresa, cuando sólo éramos 24 miembros en total. Todo estaba bien hasta que algunos comenzaron a hablar de globalización y de expansión internacional.

Desde nuestros inicios cumplimos con los requisitos mínimos para nuestro funcionamiento y con el pasar de las décadas y siglos, fuimos puliendo el trato con los demás. Más que una empresa era una gran familia. Míster A, ya incorporó hace un buen tiempo a sus cuatro hermanos de quienes, debo reconocer, su aporte mejoró la comunicación organizacional. Mayor fluidez, sensemaking y seminarios de toda índole.

Míster B, por su parte, llamó a su hermano menor a contribuir para que sus funciones fueran menos pesadas, logrando éste último gran notoriedad en poco tiempo.

Pero esos buenos tiempos son una simple neblina para el ahora. La excusa de mr. A y sus hermanos, quienes poseen hoy el control total de la directiva, tras imponer que sin su presencia todo se derrumbaría, fue que adaptarse a los nuevos tiempos, involucra el adaptarse a nuevos mercados.

A principios del siglo XX, llegó a formar parte de la empresa, unos cuantos miembros, que significaron la distorsión tanto de la visión como de la misión organizacional. Con una prioridad en la estética arribó al país míster W, encargado de las primeras capacitaciones. Enseñó a los presentes las políticas del país del norte, como si fueran las únicas válidas.

Míster W, no era ningún idiota. Apenas sospechó que su visa podría quedar inutilizable, tuvo un affaire con una de las secretarias, miss L. Producto de esta relación nacieron sus hijas gemelas de igual estampa que la madre. Es más, cuando miss L se retiró, fueron sus hijas las principales candidatas para obtener el puesto.

De voz nasal y directamente de Asia apareció míster Ñ -aunque algunos insistan que tiene más carácteristicas indígenas, pero siempre resaltaba la raíz de sus abuelos paternos don N y doña G-. Mucho aporte suyo no existió, solamente era necesario un personaje como él, para lograr la conexión con el comercio oriental. Eso sí, míster Ñ fue el único indicado para el puesto, ya que los otros candidatos poseían nombres impronunciables.

De a poco las nuevas mentalidades fueron ganando más adeptos dentro de la empresa y el país cada día, se llenaba de extraños forasteros. Los problemas de aduana obligaron a ser más exigentes en los requerimientos para entrar y salir de la nación. Pero el caos, aún derramándolo con cuentagotas, tarde o temprano romperá cualquier dique.

Míster H, es un ejemplo de la influencia de los chicos nuevos. Nunca le escuché una palabra, ni me dio mucha confianza, pero simpatizó con los extranjeros del norte. Lo sé por rumores de que le enseñaron a expresarse con una voz raspada de garganta y menos labios.

Y como si esto fuera poco, el muy hijoputa es conocido por su tratado interno con el señor C y sus negocios que encontraron cabida en países como China, Chipre y Chile. También se les relaciona a ambos, con algunos revolucionarios de a mediados del siglo XX. Un tal Guevara.

A mí, por la cercanía de nombre, me han relacionado con dictadores, con alguien desalmado a quien sólo le interesa el dinero. Tildado de demente, demagogo, díscolo, desadaptado, delirante, y por lo más extremistas como el mismísimo demonio.

Nunca estuve de acuerdo con la apertura de mercado, pero míster M convenció a todos de que era lo mejor. Históricamente, su palabra siempre tuvo mayor valía que la mía o la de cualquiera que lo conociese durante su vida de jefe de contaduría. Aún dice que se trata de un puesto que lleva en la sangre, herencia de sus abuelos que trabajaron llevando las cuentas a los romanos.

El caos no dejó a nadie de pie, propagándose incluso por la directiva y altos puestos ejecutivos. Quienes en el diario vivir no son superiores a nadie, es así como parientes cercanos de míster I, sus hijas para ser más específico, resultaron humilladas en la vía pública. Lo que supe fue que regresando a su casa se encontraron con una pandilla griega que, tras lincharlas, gritaron al cielo que aquí sólo ellos tienen la última palabra.

Hay que hacer algo al respecto. Los cinco cabecillas han prostituido todo lo bueno a su alrededor. Creen ser los únicos capaces para dar orden a esta problemática, que ellos mismos provocaron.

Yo sé la verdad. A ellos nada les importa más, que mantener intactas las cosas que les brindan su propio poder.

¡Hay que hacer algo! Esta histórica empresa llegará a su fin en cualquier momento. A veces pienso que soy el único cuerdo en este lugar. Estoy seguro que destacar por las diferencias, es una forma más de defender la libertad individual. Ese es el origen de mi fuerza, pero también de mi ceguera.

Entonces caigo en la cuenta, respiro y guardo silencio. Apago todo discurso revolucionario con un simple "¿Qué puede lograr una D? ¿Qué puede lograr una simple letra?".

AL LADO DE MI CASA


Al lado de mi casa vivió un loco. No podría decir con certeza que padecía o puntualmente como se convirtió en uno. Ni siquiera me baso en algún antecedente de su familia, para dar tamaña afirmación. Me mudé hace un par de meses y sólo sé que estaba loco.

Mi cuarto estaba continuo al de él. Cada noche oía sus discursos de incoherencia neta. Es el drama de vivir en casas pareadas. Sacrificar tu privacidad y compartirla con quien te rodea. Pero yo no tenía intenciones de compartir algo con este tipo. Nunca supe su verdadero nombre, porque cada noche lo cambiaba por algún recuerdo de niñez.

Algunas tardes se juntaba con otros locos a hablar de sus locuras. Se emborrachaban y subían el tono de sus voces, a medida se vaciaban los vasos y se iba la luz. No dejaban dormir a todo el vecindario. Sólo quedaba quejarnos con el dueño de la botillería de lo irresponsable que era al venderle alcohol a ellos.

"Señor, cliente es cliente" se excusaba el muy desgraciado y cambiando de tema nos preguntaba que íbamos a comprar.

-Siete panes y un paquete de aspirinas -Una rutina ya carente de espontaneidad y sumisa a la robótica de dar por sentado que la semana siguiente se repetirá lo mismo.

Me reuní con los otros vecinos los primeros días organizándonos como podríamos controlar esa situación y quien sería el encargado en tratar con el loco. Como no hubo consenso, todos los planes se frustraron.

Con el pasar de los meses, ya acostumbrados en parte a tal espectáculo carente de cordura, nos seguíamos juntando pero ahora con la intención de comentar como había sido la locura la noche anterior. Cada uno de los presentes aportaba con un detalle. Nos reíamos, compartíamos un par de cigarros y se nos iba la tarde apostando de que tratarían los próximos disparates.

El momento finalmente llegó, yo aposté porque se embarcaría en una aventura pirata por altamar, saqué un cuaderno y lápiz para apuntarlo todo. Si bien parece exagerado, estoy seguro que el resto de los vecinos también tomaban nota con lo primero que encontraran a mano.

-¿Sabes qué, Roy? Estoy cansado de que sea un mundo que no nos comprenda. Pero hoy llámame Capitán Junio, estos mares ya están saturados de malintencionados y hemos perdido gran parte de nuestra tripulación en la hoguera o colgados -hasta el momento creo que va bien. Diálogo propio de corsarios.

-Es tiempo de buscar nuevas fronteras, Capitán. Esta tierra terca se ha dormido ante la realidad, dando sólo cabida a la tragedia griega ¡Es el Apocalipsis!

-Correcto, mi estimado Roy. Que estos pobres diablos dementes, se queden envueltos en su gris. ¡Cambia el rumbo a la luna, que esta noche quiero cenar queso!

-¡A la orden Capitán! Pero ¿cómo nos defenderemos de los perros, que llegarán tras los gatos, que llegarán tras los ratones, que también quieren cenar queso?

-No te preocupes, en mis manos tengo la pistola heredada del padre que no conocí y ya está cargada -no me gustó para nada como se escuchaba esto último.

Dejé de escribir y salí corriendo en dirección a la puerta que da a la calle, esto se podría transformar en una desgracia. Pero antes de llegar comenzó un temblor acompañado de un ruido grotescamente fuerte. Caí al suelo, reaccionando en cubrirme la cabeza de manera instintiva.

¡Era el Apocalipsis!

Una vez que todo se calmó, pude ponerme de pie y salir. Afuera ya estaban mis vecinos mirando al cielo extrañados. Dónde antes se encontrara la casa de al lado había una columna de humo y un hedor a gasolina que se alzaba perdiéndose entre las estrellas.

Los locos ya estaban camino a la luna y nunca más fueron vistos por los alrededores.