lunes, noviembre 08, 2010

AL LADO DE MI CASA


Al lado de mi casa vivió un loco. No podría decir con certeza que padecía o puntualmente como se convirtió en uno. Ni siquiera me baso en algún antecedente de su familia, para dar tamaña afirmación. Me mudé hace un par de meses y sólo sé que estaba loco.

Mi cuarto estaba continuo al de él. Cada noche oía sus discursos de incoherencia neta. Es el drama de vivir en casas pareadas. Sacrificar tu privacidad y compartirla con quien te rodea. Pero yo no tenía intenciones de compartir algo con este tipo. Nunca supe su verdadero nombre, porque cada noche lo cambiaba por algún recuerdo de niñez.

Algunas tardes se juntaba con otros locos a hablar de sus locuras. Se emborrachaban y subían el tono de sus voces, a medida se vaciaban los vasos y se iba la luz. No dejaban dormir a todo el vecindario. Sólo quedaba quejarnos con el dueño de la botillería de lo irresponsable que era al venderle alcohol a ellos.

"Señor, cliente es cliente" se excusaba el muy desgraciado y cambiando de tema nos preguntaba que íbamos a comprar.

-Siete panes y un paquete de aspirinas -Una rutina ya carente de espontaneidad y sumisa a la robótica de dar por sentado que la semana siguiente se repetirá lo mismo.

Me reuní con los otros vecinos los primeros días organizándonos como podríamos controlar esa situación y quien sería el encargado en tratar con el loco. Como no hubo consenso, todos los planes se frustraron.

Con el pasar de los meses, ya acostumbrados en parte a tal espectáculo carente de cordura, nos seguíamos juntando pero ahora con la intención de comentar como había sido la locura la noche anterior. Cada uno de los presentes aportaba con un detalle. Nos reíamos, compartíamos un par de cigarros y se nos iba la tarde apostando de que tratarían los próximos disparates.

El momento finalmente llegó, yo aposté porque se embarcaría en una aventura pirata por altamar, saqué un cuaderno y lápiz para apuntarlo todo. Si bien parece exagerado, estoy seguro que el resto de los vecinos también tomaban nota con lo primero que encontraran a mano.

-¿Sabes qué, Roy? Estoy cansado de que sea un mundo que no nos comprenda. Pero hoy llámame Capitán Junio, estos mares ya están saturados de malintencionados y hemos perdido gran parte de nuestra tripulación en la hoguera o colgados -hasta el momento creo que va bien. Diálogo propio de corsarios.

-Es tiempo de buscar nuevas fronteras, Capitán. Esta tierra terca se ha dormido ante la realidad, dando sólo cabida a la tragedia griega ¡Es el Apocalipsis!

-Correcto, mi estimado Roy. Que estos pobres diablos dementes, se queden envueltos en su gris. ¡Cambia el rumbo a la luna, que esta noche quiero cenar queso!

-¡A la orden Capitán! Pero ¿cómo nos defenderemos de los perros, que llegarán tras los gatos, que llegarán tras los ratones, que también quieren cenar queso?

-No te preocupes, en mis manos tengo la pistola heredada del padre que no conocí y ya está cargada -no me gustó para nada como se escuchaba esto último.

Dejé de escribir y salí corriendo en dirección a la puerta que da a la calle, esto se podría transformar en una desgracia. Pero antes de llegar comenzó un temblor acompañado de un ruido grotescamente fuerte. Caí al suelo, reaccionando en cubrirme la cabeza de manera instintiva.

¡Era el Apocalipsis!

Una vez que todo se calmó, pude ponerme de pie y salir. Afuera ya estaban mis vecinos mirando al cielo extrañados. Dónde antes se encontrara la casa de al lado había una columna de humo y un hedor a gasolina que se alzaba perdiéndose entre las estrellas.

Los locos ya estaban camino a la luna y nunca más fueron vistos por los alrededores.

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