miércoles, mayo 16, 2007

Utopía de fin de semana/ Sobre mi cadáver

Don Pedro se levantó temprano, más temprano de lo acostumbrado en un domingo cualquiera. “Ya niños a levantarse, que después de cumplir con mi deber de ciudadano, disfrutaremos de la exquisita arena de Cartagena”. Tenía su citroneta lista para la odisea: Toallas; quitasol; unas bebidas para la calore, que estaba fuerte; huevos cocidos; el buen bloqueador; y las gafas regalonas que según él lo hacían ver como todo un Don Johnson chilensis.

Llegó a su lugar de votación, e inmediatamente notó la poca asistencia de público. Por un lado pensaba en que se desocuparía más temprano de lo que creía, pero al ver a los ojos la desesperanza de quienes atendían en su mesa, se compadeció de ellos y después de la amable petición de las autoridades del local, decidió cambiar un entretenido panorama de fin de semana con su familia por aportar con la nación en la tarea de orden electoral, que muchos privilegiados, bajo un ataque repentino de amnesia, olvidaron cuan importante peso llevaban en sus hombros. Su patria lo reclamaba. Sintió el sonido de las trompetas en el aire, mientras la bandera nacional, la más hermosa del mundo, flameaba a sus espaldas. Todo era perfecto.

“No teman queridos conciudadanos, que la ayuda ya ha llegado” dijo don Pedro. Acto seguido se sentó entre los dos vocales asumiendo la capitanía de la mesa.
Don Pedro fue el héroe de la jornada, sus hijos estaban orgullosos de él. Finalmente a las dos de la madrguada, cuando su mesa terminó el recuento de los votos se despidió de abrazos con sus compañeros diciéndoles “estimados, nos veremos en enero para la segunda vuelta, que tengan una feliz Navidad y un prospero año nuevo”. Abandonó el local con los aplausos de la multitud a sus espaldas que reconocían el sacrificio de este distinguido personaje, quién con la frente en alto siguió el camino a casa, sabiendo que había aportado con un granito de arena a este comprensivo país.
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“Tengo el mal presentimiento de que hoy algo me pasará”. No se confundan, no es un interno más del psiquiátrico, es tan sólo Juan, está un poco loco pero no es nada serio, un poco de esquizofrenia no le hace mal a nadie... o sí?.
El punto es que hoy no es un día común y corriente de diciembre, Juanito sufragará por primera vez, y los nervios de una nueva experiencia lo mantienen sin dormir por tres días. Sigue predicando que algo malo le pasará hoy. Es por eso que ha decidido terminar lo más pronto posible con su pesadilla por lo que ya, a las seis de la mañana, estaba vestido y despidiéndose como quien va a la guerra de Vietnam, o por un paradero del transantiago.
Tomó su pan con queso y la mortadela más barata y su botella con agua. No sabía a que atenerse ¿mencioné qué era la primera vez que sufragaba?.

Caminó hasta su local de votación con el frío de esa mañana en que se pronosticaban veintitantos, aún así fue con un polerón con capucha, sin mencionar que toda su ropa era de color negro. Estaba de luto por tantos años de rebeldía que terminaban al ejercer los derechos de ciudadano, los mismos que criticó hace cinco años atrás. En la entrada se encontraban militares, que le advirtieron de todas las reglas que tenían como común denominador el comienzo “NO”... no haga esto no haga aquello, en fin lo habitual para un país en democracia.
Juanito guardó silencio, no quería problemas con nadie. Fue hasta su mesa y la sorpresa fue que sólo su insignificante persona inundaba la sala, acompañado tan sólo de su sombra y de su voz que resonaba en las paredes al gritar “hay alguien que me atienda... quiero sufragar”.

“Buenos días” dijo una extraña figura de metro y medio, que pronto se hizo acompañar por dos mastodontes vestidos de negro. “Soy el encargado de este local de votación, y voy a tener que pedirle, señor que constituya esta mesa, en caso de lo contrario...” fue como si hubieran agitado una botella de nitroglicerina, porque antes que terminara la frase, el pobre de Juan ya estaba sobre él, asfixiándolo con ambas manos.
“¡No he dormido en tres días, y ahora que voto por primera vez me dicen que tengo que ser vocal de mesa!... Váyanse a la mier...” ¡PAF!. Pobre de él, no tenía en mente el golpe que uno de los grandotes le dio en la cabeza. El resultado: un moretón en la zona posterior del cráneo, y unas vacaciones pagadas a la comisaria más cercana. Todo se fue a negro.

Cinco horas después, despertó en una celda, hedionda a orina, con todos los dedos en tinta, y una jaqueca de las feas. “¿Estaré muerto acaso?... Han pasado sobre mi cadáver, y ni siquiera pude votar... pero pude recuperar todo lo no dormido”.

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